Otoño, llega ya
No estoy en el mejor momento de
mi vida, es un hecho. Últimamente me gusta verlo todo en forma de hechos porque
creo que si uno se plantea la vida en forma de hipótesis puede volverse
completamente loco.
En cualquier caso, no vengo aquí
a lamentarme. Supongo que escribir sobre el drama humano de mi vida (vamos a
dejarlo en la categoría de drama, sin elevarlo a la de tragedia), podría hacerme
mucho bien en forma de catarsis reveladora o algo así, pero en mi casa lo que
hacemos es bloquear y utilizar el humor. Yo creo que puedo bromear casi sobre
cualquier cosa porque es como se gestionan en mi familia las crisis. Tú
cuentas lo que sea, se te escucha atentamente, intentan ayudarte y, en algún
momento, alguien hace un chascarrillo sobre el tema. Si la herida está muy
reciente el damnificado se queja indignado: “¡Pues a mí no me hace ninguna
gracia!” Sé que corro el riesgo de colapsar, pero espero que sea después de poder tachar todas las tareas que tengo pendientes.
De todas formas, no soy yo ninguna
mártir ni soy masoquista, así que dejo Madrid unas semanas y me voy a la playa,
al arrullo del Mediterráneo y a que mi
madre me consuele obligándome a consumir harinas, que para ella es algo así
como el remedio para todos los males; y a que mi padre me mime a base de platos
de jamón ibérico y cerveza bien fría. Amor en forma de jamón con pan. Parecido
al amor de Dol en forma de galletas, que coló subrepticiamente en mi
bolso cuando nos dijimos adiós el fin de semana de la despedida de soltera de
Mart, de la que hablaré otro día.
Tengo que decir que a mí la playa
ni fú ni fá. Me gusta como concepto, pero en general me parece engorrosa. Creo
que es porque mancharme no me apasiona, o al menos mi ideal de bienestar no
es estar toda llena de arena y pringada de crema solar. La arena es el mal menor porque se sacude fácilmente. La crema es lo peor. Cuento esto porque considero que estaré
mejor allí que aquí, por mucho que tenga que pasarme todo el día encerrada en
mi habitación estudiando. Al menos no tendré una gran tentación playera. Y
habrá jamón y lomo a espuertas.
La situación en verdad sería
mucho más llevadera si pudiera enterrarme en libros, en plan anacoreta asocial.
Es lo que yo llamo terapia de lectura, que en realidad es inconsciencia
lectora. Si pudiera pasarme los días leyendo, hasta el punto de que el
argumento de un libro se solapara con el del siguiente, el tiempo pasaría mucho
más rápido. Y ahora lo que más quiero es que el tiempo pase. Lo más adecuado sería una
serie, tipo Los hombres que no amaban a las mujeres, o novelas adictivas que
pudiera leer atropellada y obsesivamente, como La verdad sobre el caso Harry
Quebert. Por cierto, que justo ayer le contaba por e-mail a Mj que el autor
tiene sólo 27 ó 28 años y que, a medida que me acercaba a la treintena, le
estaba cogiendo mucha manía a este tipo de gente genial. Es como eso que
contaba Jabois cuando conoció a Alsina, que decía que le deprimió un poco por
joven y que los jóvenes, cuando destacan tanto, deprimen incluso a los que son
más jóvenes. Dice que llegó a su casa y le dijo a su mujer que ya nunca iba a
poder ser locutor estrella, ni futbolista, ni ministro, ni corrupto. Es lo
mismo sólo que el fulano este, Jöel Dicker, es incluso más joven que yo: Yo ya
nunca podré ser escritora de best sellers a los 27 años.
Todo esto puede resultar un poco
paradójico si tenemos en cuenta que una de las razones que pesan a la hora de
salir de esta ciudad es que aquí el tiempo pasa mucho más rápido. La vida es
acelerada. A mí Madrid me gusta mucho: eso pensaba ayer mientras me tomaba en la terraza de Le Pain Quotidien un vino
blanco ecológico (porque es el que tienen allí, no porque yo lo pidiera específicamente,
como estoy segura de que os imaginaréis) con Angiealquezar y observaba caer la
tarde todo arriba de la calle Serrano. Sin embargo te dejo, Madrid, porque las
horas pasan en un suspiro, los días se suceden en tropel desordenado, y yo necesito
todas mis horas y mis días para todo lo que tengo que hacer pero, al mismo
tiempo, deseo con todas mis fuerzas que llegue ya el otoño, salvador y
redentor. Hasta el punto de que el otro día me emocioné viendo fotos de las
nuevas colecciones en el Telva, el In Style o una revista por el estilo; y me
entraron unas ganas tremendas de salir a comprarme una bufanda.
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